Escrito por: Yerko Hinostroza García
“El auténtico conservacionista es alguien que sabe que el mundo no es una herencia de sus padres, sino un préstamo de sus hijos». J.J. Audubon.
Es bastante conocido el tema sobre el efecto invernadero, es más, es el estandarte de los efectos de la acción humana, ya que puede desencadenar cambios graduales en las condiciones climatológicas de todo el planeta. Este fenómeno ha preocupado a los “encargados de velar por la sostenibilidad de la vida humana”, por ello, el 11 de setiembre de 1997 se suscribe el Protocolo de Kyoto dentro de la Convención Marco de Las Naciones Unidas Sobre el Cambio Climático, en el que se establecen modalidades para afrontar la emisión de gases de efecto invernadero (GEI). Dentro de ellas surge un mecanismo “llamativo” para reducir progresivamente la emisión de carbono por parte de las empresas y estados, este se denomina el bono de carbono.
Los bonos de carbono son otorgados por las Naciones Unidas. En ellos se establece un límite de emisiones de carbono para las empresas, lo cual tiene como fin que las empresas implementen mecanismos de producción que no generen emisiones a la capa de ozono. Lo más interesante de este mecanismo es que los bonos pueden ser comercializados cual producto financiero, ya que el efecto que se genera en la capa de ozono por cualquier entidad es el mismo en cualquier parte del planeta. A partir de lo mencionado anteriormente es clave el hecho de que este mecanismo establece un precio a la contaminación: las empresas que contaminen menos podrán vender sus bonos de carbono a las que la necesiten, por lo que la idea es que se vuelvan eficientes en la gestión de los impactos ambientales. Los mencionados bonos entonces se convierten en un producto que conforma el mercado del “cap and trade” (comercio de derechos de emisión). ¿Qué está detrás de este mercado? ¿Realmente contribuye a detener el efecto invernadero? Estas son algunas interrogantes que marcarán la pauta del siguiente artículo.
Límites y comercio de derechos de emisión
Annie Leonard, experta en desarrollo sostenible y salud ambiental estadounidense, realizó un video titulado “The Story of Cap and Trade” (La historia del sistema de límites y comercio de derechos de emisión). En él discute la viabilidad de este novedoso sistema de comercio y los intereses que están detrás de él. ¿Cómo surge este mercado? Siguiendo el análisis de Leonard, hubo un interés por parte de la corporación Enron y de los financistas de Wall Steet, como Goldman Sachs, para desarrollar un mercado en el que se comercialice la polución. Al parecer la idea es atractiva, ya que se va reduciendo la contaminación y tanto las empresas como estos “señores”, ganan dinero. Pero, si recordamos que la mayoría de estos actores fueron los que crearon la burbuja financiera que ocasionó la crisis del 2008 a partir del crédito al mercado subprime (hipotecario), algo no anda tan bien. Es posible que se llegue a crear burbuja financiera con los bonos de carbono, pero esta no solo se llevará a las empresas y organismos comercializadores, sino que pone en peligro a todo el planeta, por ello el tema es de suma importancia.
El “cap and trade” ha entrado en debate desde diciembre de 2009. Respecto a ello existen dos posturas: los progresistas y los ambientalistas. El debate se hizo público en el espacio Democracy Now, dirigido por la líder de opinión progresista estadounidense Amy Goodman. En él se presentaron a dos especialistas, Larry Lohmann, quien labora en una ONG británica llamada The Corner House; y Frank Ackerman, economista del Instituto Ambiental de Estocolmo. El desarrollo del debate permitió observar qué hay detrás de este mecanismo. Un primer aspecto es que los permisos que se entregan son gratuitos, es decir, se permite contaminar y se le da la oportunidad a las empresas de generar riqueza a partir de un mecanismo creado para reducir el efecto que ellas han causado. Es como darle las gracias por deteriorar la salud del planeta. De lo anterior se desprende que el dinero recaudado por la venta de bonos no es invertido directamente en ayudar al planeta, ni mucho menos compensar a los afectados, como por ejemplo los países usados como reservorio de pasivos ambientales, o simplemente “tachos de basura”, lo usan para comprar más derechos a contaminar y así no se reducen los efectos de los GEI. Asimismo, el mercado de bonos de carbono permite que los peores contaminantes del planeta puedan seguir contaminando, ellos son quienes los principales actores que retrasan el cambio estructural hacia tecnologías limpias. Es claro suponer lo que se encuentra dentro de la mente de los directivos: Qué es más caro, ¿invertir en tecnologías limpias o comprar bonos de carbono? Al parecer lo último resulta mucho más barato.
El segundo aspecto es sobre la figura de la compensación o como es calificado “incentivo para hacer bonos de carbono falsos”. Dicho aspecto es una figura que permite hacer estafas para obtener bonos de carbono, ya que las empresas pueden realizar actividades que demuestren que contribuyen a la reducción del carbono en cualquier parte del mundo, o también pueden declarar una expansión de la empresa y por ello obtener bonos. Es así como se emplean diversos mecanismos “ingeniosos” que se han inventado para seguir deteriorando la salud del planeta a partir de la inventiva de Enron y sus amigos de Wall Street.
El verdadero problema
Luego de la exposición de algunos argumentos me pregunto ¿Realmente se contribuye a reducir el efecto invernadero? Estoy convencido de que no, y me remito a los estudios especializados. Obsérvese el siguiente gráfico:
El esquema desarrollado por la NASA prevé un incremento de ppm en la emisión de carbono y tiende a ser mayor el incremento a medida que pasan los años. Nos enfrentamos a una situación crítica y simplemente nos dejamos envolver en la bruma creada para “solucionar” el problema bajo la misma lógica que tantas crisis económicas ha creado.
¿Cómo hacer para enfrentar el verdadero problema? Concuerdo con Frank Akerman y Annie Leonard en que el mecanismo tiene ventajas que se pueden aprovechar. Si bien el precio no resuelve las cosas por sí solo, es un buen incentivo para orientarnos a una generación de tecnologías limpias. Asimismo, con ese dinero se puede contribuir a desarrollar mecanismo que reduzcan efectivamente la contaminación y ayudar a los países más propensos a los efectos de las grandes corporaciones.
El asunto no solo consiste en implementar un mecanismo novedoso que mágicamente solucione un problema que data de siglos atrás, ya que es uno de los problemas que está calado en lo más profundo de la mentalidad contemporánea, es ver a la contaminación como algo natural, que simplemente es un costo para dar valor a la sociedad, pero se da un valor que poco a poco pone en riesgo las condiciones de vida en la tierra. Los recursos que tenemos ahora no solo son para nuestro desarrollo, sino también para el de las futuras generaciones, por ello los estados deberían controlar las emisiones de las empresas a través de limitaciones reales y totalmente fiscalizadas. También es nuestro rol como consumidores exigir productos cuyo valor vaya más allá de satisfacer nuestras necesidades; su producción no debe comprometer el futuro de la vida en la tierra.
Cuando las soluciones sean muy complejas e involucre la ganancia de terceros: no es una solución. Un nudo no desata otro nudo, y si no se puede desatar entonces una tijera directamente lo podrá hacer.